Un vino se considera de guarda cuando tiene unas características adecuadas que permiten hacer que madure en botella. Normalmente, se realiza con determinados vinos tintos que evolucionan y mejoran con el paso de tiempo en botella. No todos los vinos son aptos para la guarda.
Los vinos de guarda normalmente son complejos, con taninos fuertes, un grado alcohólico más bien alto y acidez; una cualidad exigible para que un vino se comporte muy bien en el proceso de crianza y envejecimiento que va mejorando con el tiempo. Pueden ser jóvenes, pero no exentos de cualidades, con el paso del tiempo desarrollarán otra dimensión debido a sus aromas terciarios.
Tendemos a pensar que todos los vinos se pueden guardar, y no es así. Hay vinos, normalmente jóvenes, que están elaborados para su consumo en el año y que, con el paso del tiempo, lo único que hacen es apagarse, perdiendo su frescura y elegancia. Decimos que el vino “se ha caído”.
Los vinos más aptos para la guarda son aquellos que han sido sometidos a crianza en barrica.
La clave para intuir si la respuesta de un vino con el paso del tiempo es o no brillante radica bastante más en el llamado terroir (combinación de cepas, suelo y climatología) del que salen las uvas que de los trabajos en bodega. Un vino hecho a partir de grandes parcelas en años climatológicamente óptimos en las mismas, da como resultado una gran añada para ese vino. Hoy se siguen abriendo enormes botellas de añadas míticas